JAVIER JUNCEDA Y ANTONIO MERINO, dos amigos del Perú
”Corruptos sin fronteras” llama Javier Junceda en artículo ―publicado en “El Debate” (Madrid)― a un fenómeno internacional en el que describe cómo cientos de miles de empresarios sin escrúpulos perpetran auténticos oprobios contra sus pueblos.
Jurista y escritor, no tiene recato alguno en decir dónde están los corruptos y en prescribir un poderoso rearme moral de Occidente.
Las palabras de Junceda se sienten en todas partes. En el Perú, por ejemplo, hay anarquistas de derecha que recetan la desaparición del Estado cuando señalan que deberíamos dejar libres a nuestros asesinos para que se enfrenten a los asesinos venidos de otros países.
Peor aún, cuando la jefe de Estado declara que la delincuencia no es un asunto que corresponda al Ejecutivo está preconizando un “Estado” que renuncia a su razón de ser y un país en el que todos alzarían revólveres como en el Lejano Oeste.
Javier Junceda es abogado en Oviedo. Cuando apenas tenía treinta años, compró unas veinte sillas y las acomodó en su estudio jurídico, dio de baja a algunos clientes que le restaban tiempo y colgó en la fachada de su edificio un letrero que decía “Consulado del Perú en Asturias”.
Desde ese momento, iba a prestar sus servicios a título gratuito a miles de peruanos que habitan en esa comunidad autónoma de España, y aquello era el cumplimiento de un sueño que había tenido desde niño: llegar a ser también peruano.
Sus afanes internacionalistas hacen que, además, sea miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, que lo albergó desde el momento en que elaboró un diccionario bilingüe de términos jurídicos.
Junceda estará en el Perú para recibir el Doctorado Honoris Causa que le ofrece la Universidad Nacional Mayor de San Marcos el próximo 30 de este mes, y el galardón “Palabra en libertad” que le será otorgado por al Sociedad Literaria “Amantes del País”, en la Casa Museo José Carlos Mariátegui, el mismo día.
Una semana antes llegó Antonio Merino, escritor y ensayista dedicado al estudio de la literatura hispanoamericana. Apasionado de Vallejo, es considerado como uno de los académicos europeos más conocedores sobre el autor de Trilce.
Pero no es tan solo eso. A su extensa obra de creación añade el hecho de ser Consejero Delegado de Naciones Unidas para Centro América y El Caribe y, además, mediador en conflictos internacionales.
Merino recibió un Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad César Vallejo, el 15 de abril, día de la muerte de primer poeta del Perú.
Cualquiera se pregunta de qué forma llegó la poesía del peruano a constituirse en un recurso espiritual para Antonio. La respuesta la tiene la historia.
El padre de Antonio, luchador republicano, fue condenado a muerte tres veces por el franquismo y su pena fue conmutada por trabajos forzados en Marruecos.
En España, la vida para la familia Merino fue muy pobre. Sin embargo, Antonio encontró una biblioteca en la casa del vecino y gran amigo de su padre, un maestro de escuela que el franquismo había obligado a ser carbonero.
Allí encontró “España, aparta de mí este cáliz”, un libro singular que Vallejo escribió en 1937 y después llegó a manos de los milicianos del Ejército del Este, que lo leían mientras cantaban al prepararse para el combate.
La edición de este libro fue hecha en la imprenta de la Abadía de Monserrat. El papel era de muy mala calidad, pero las ganas de leerlo y cantarlo suplían cualquier problema.
Antonio se ha apasionado también por la obra del cubano Nicolás Guillén. Sus libros se han convertido en textos obligatorios en muchas universidades de América.
Cuando nos conocimos en Londres, advertí que Antonio tomaba notas por momentos con la mano izquierda. Me confesó que era ambidiestro. De niño había sido zurdo, pero la estrechez de criterio del sistema educativo de su época contra la mano izquierda reprimió su natural forma de escribir. Por eso, entró tarde a la escuela y a la universidad.
En su experiencia internacional, una vez en Honduras, fue declarado “persona non grata” y expulsado de ese país después de haber estado preso en los pasillos de la morgue y con una pistola dándole órdenes.
Nadie se las da ahora más que su propia consciencia y su amor a toda prueba por la poesía latinoamericana, que comenzó en la humilde biblioteca del carbonero.