Libertar a César Vallejo
A Francisco Távara, presidente de la Corte Suprema desde enero del 2007, se debe el final descubrimiento de la verdad y el desagravio por los 112 días de prisión injusta que padeció Vallejo.
Parece un cuento, y lo es. Lo ha dejado escrito el fiscal de Trujillo, doctor Francisco Quiroz Vega (1921): A pedido de Vallejo, Pedro Losada ha sido conducido desde Santiago de Chuco hasta Trujillo. Es el único testigo de los acontecimientos y, por ende, sus palabras van a exonerar de culpa al poeta.
Según Quiroz, “Losada venía amarrado de los pies a la cincha de la montura del caballo”. Sin embargo, después de diez días de trote y un poco antes de llegar a la ciudad, milagrosamente, el hombre ha levitado un momento, ha sido asesinado en el aire y los gendarmes han resultado absueltos.
Eso significa que, ultimado el testigo, no hay para César Vallejo una forma de probar su inocencia. De todas formas, Vallejo fue permitido de salir de prisión con una orden de libertad que el código de entonces llamaba “provisional”.
En Europa, no hubo momento en que no quisiera regresar al Perú. Tampoco hubo un instante en que el fantasma peruano dejara de perseguirlo.
“Doctor: Mi expediente ha vuelto al tapete negro del Tribunal de Trujillo”. Así comienza la carta en que César Vallejo, en París, le ruega a su abogado hacer seguimiento de su caso. Además, una misa al apóstol Santiago, completaría la tarea.
Esa carta y muchas otras desmienten la suposición de que Vallejo no hubiera querido regresar al Perú. La verdad es que el juicio contra él no había terminado. En realidad, si hubiera regresado al Perú, las puertas macabras de la cárcel lo habrían esperado para no volver a abrirse.
En octubre del año 2006, cuando escribía mi novela “Vallejo en los infiernos”, acudí al despacho del doctor Walter Vásquez Bejarano, por entonces presidente de la Corte Suprema del Perú, para confiarle las investigaciones que yo había hecho y la necesidad de reivindicar al autor de Trilce.
Con simpatía e inteligencia, el magistrado acogió mi inquietud y la hizo suya. Hay que resaltar, además, que el doctor Vásquez procede de Santiago de Chuco como el poeta y, al parecer, hay entre ellos algunos lazos de parentesco.
Lo cierto es que este juez avanzó todo lo que pudo en la tarea, hasta que tuvo que dejar el cargo. Su relevo, el Dr. Francisco Távara Córdova, culminó lo que buscábamos y, por fin, le dio la libertad a César Vallejo.
Vallejo, de juez a injusto reo
La prisión que sufrió Vallejo en la cárcel de Trujillo, desde noviembre de 1920 hasta febrero de 1921, fue no tan solo injusta y criminal sino el resultado de un juicio penal contra él en el que se festinó todos los trámites, se inventó testigos (o se les eliminó) y se perpetraron aberraciones jurídicas con el solo fin de condenarlo.
A Francisco Távara, presidente de la Corte Suprema desde enero del 2007, se debe el final descubrimiento de la verdad y el desagravio por los 112 días de prisión injusta que sufriera Vallejo.
Desde sus primeros días al frente del Poder Judicial, el Dr. Távara ordenó que se hicieran estudios sobre el expediente y verificó en él todas las aberraciones que acabo de citar.
Más todavía, el auxilio de su investigador histórico, Jorge Kishimoto, le permitió encontrar el nombramiento de Vallejo, en 1916, como juez de paz de primera nominación de Trujillo.
Távara es hombre decidido. Fue su madre quien, en las alturas de Frías, Piura, le enseñó a leer y le dijo en secreto que la poesía es el mejor camino para ser bueno y ser justo.
Había que hacer algo y lo hizo. Con el apoyo del Consejo Ejecutivo del Poder Judicial, expidió una resolución que reconocía a Vallejo como juez de paz y lo desagraviaba de la injusta prisión que había sufrido.
Vallejo no pudo regresar jamás al Perú. Tanto el odio de los dueños de Santiago de Chuco como el afán de escarmentar a los jóvenes de su generación atraídos por el socialismo habían provocado, en 1920, la causa que llevó al apresamiento que pudo costarle la vida al poeta y que le impidió luego regresar.