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LAS ILUSIONES SEGÚN MARCELA

Palabras de Marcela Pérez Silva

Publicado: 2024-08-02



Estaba yo “navegando por internet” un día, al albedrío del viento, cuando me encontré con un texto de un tal Eduardo González Viaña. Como una cereza llama a la otra, llegué a su página web. Ahí me entretuve un rato, leyendo historias de otoños y estrellas y gentecita común a quienes su palabra, amorosa y aromosa, confiere dignidad de héroes del duro oficio de vivir.

Entusiasmada, decidí escribirle unas líneas. Hubiera deseado estrechar su mano, palmearle el hombro, darle las gracias. Puse algo así como: "Quiero seguir leyéndote, hasta que la muerte nos separe..."

La campanita que anuncia que ha llegado un email, me sorprendió en mitad de la noche. El mensaje decía: “Para mí son las tres de la mañana; para ti, las cinco ¡qué haces despierta!”

Yo, que ni siquiera esperaba respuesta, agradecí el milagro. Las siguientes cerezas fueron compartidas. Era febrero del 2008.

Un año después, mi interlocutor cibernético volvió a escribir anunciando su llegada a Lima. Para entonces, sus "Correos de Salem" eran de casa en mi casa, y los libros suyos que logré encontrar: “Vallejo en los infiernos”, “Maestro Mateo”, “Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales” y me parece que “El corrido de Dante” habían ya circulado por varias manos amigas.

El anhelado encuentro se dio un viernes 13, invité a mi casa a la poeta Rosina Valcárcel y a mi entrañable y admirado Walter Palacios Vinces. Aquella fue una velada linda: descubrí que Eduardo habla como escribe y le basta convocar la magia, para que ésta ocurra. Desde ese día, somos amigos.

Él dice que la literatura puede ayudarte a cruzar de puntillas el infierno. O iluminarte de inmenso... como una campanita en medio de la noche.

Hace poco más de un mes, volvió a sonar la mentada campanita. Esta vez, como mandan los nuevos tiempos, Eduardo me “whatsappeaba” para pedirme que dijera unas palabras en esta presentación de sus flamantes memorias “El poder de la ilusión”. El mensaje me hizo el día. Le contesté que sí, que por supuesto. Tres días después llegó el anunciado libro.

Casi me caigo para atrás al descubrir sus 658 páginas. Decido que lo más consecuente con el “realismo alucinado” de su autor, como lo llama José Manuel Camacho, es arrancar de atrás para adelante. Para mi sorpresa, en la página 657 descubro un comentario mío. ¿Qué? ¿Será que apenas el hecho de abrir el libro hace que los tiempos se trastoquen, y yo ya comenté aquello que aún no empiezo a leer?

Lo cierro con la esperanza de que “la realidad vuelva a su sitio”, y decido empezar por “el empiezo”.

La pluma de Eduardo González Viaña, la música de sus palabras hace que la percepción de mi entorno se esfume, su haga lluvia, rocío, marejada, perfume evocador. Sus continuas alusiones a piezas musicales van construyendo la columna sonora de su relato. Porque el libro entero es, como dice su autor: “Una confesión para ser cantada”.

Decido detenerme ante cada nueva cita y la busco on-line. Mi cuarto se llena de música. Se convierte en una sala de conciertos. De “La consagración de la primavera” de Igor Stravinski a “La pampa y la puna” de Carlos Valderrama. De “Jesucristo Superstar” a “Grandola, vila morena” y “La Internacional”. De los mariachis de Pancho Villa a ”Hilda fuiste tú mi adoración...”, cantada por el vozarrón de Walter Palacios, y el “Mambo de Machaguay”, cantado por Luis Abanto Morales en una oscura prisión de Cajamarca.

Por supuesto, no falta el amplio repertorio de las canciones de la Guerra Civil española, ni las de Chabuca Granda, ni las de Víctor Jara. Ni la bella musicalización de Víctor Merino del poema “Dios”, de César Vallejo, en la prístina voz de Tania Libertad para probar que “En el principio era la música y la música estaba en Dios y era la luz del mundo”.

Cantan estruendosamente los ángeles en el cielo y en la tierra entonan cantos los presos políticos que resisten, para mantener intacta su dignidad humana. Canta con guitarra Marisa la “pérfida hechicera”: su musa chagalliana.

Canta María Obregón, la nieta de “la Laredina”: la muchacha de 20 años que contuvo un ejército, durante la insurrección de Trujillo de 1932 “cuando el pueblo izó bandera roja y la gente comenzó a llamarse “compañero”, compañera”.

Cantan los guerrilleros en 1965 para comunicarse con los campesinos. Hasta el propio autor canta canciones revolucionarias a dúo con Luis de la Puente Uceda, y la misión que este le encomienda es que salve la guitarra, que la proteja para que siga cantando y contando del heroismo de aquella gesta, para que sigan vivos sus ideales de libertad y justicia social, después que ellos hayan muerto.

¿Muerto?

El Tuno dice que la muerte no existe. Que “hablan los muertos, las aguas y las huacas”. Que “nos confieren fuerzas”. ¡Y que “todo aquí está vivo”! Y hay que aprender a hablar con ellos...

Eduardo, su discípulo y compadre convoca entonces a los jefes mochicas que crearon el mundo e inventaron la mar. Convoca a don Guillermo Viaña, su abuelo, del que se decía en el valle de Jequetepeque que era un “compactado”.

Quiebra las líneas del tiempo y hace volver a la vida a las mujeres que amó, a los hombres que fueron sus hermanos, y a aquellos que cayeron “porque los héroes pueden ser escarnecidos y derrotados muchas veces. Lo que nunca muere son los principios que dignifican la condición humana”.

Leal a sus maestros primigenios: González Prada, poeta anarquista, y el hidalgo rojo de la Mancha, experto en “desfacer agravios” y “liberar cautivos”, Eduardo González Viaña ha estado siempre “al lado de los oprimidos” y ha sido “solidario con todas las causas que conduzcan a su liberación”.

Como el apóstol San Juan, a quien Jesús ordena: “Escribe, pues, lo que has visto, tanto lo presente como lo que ha de suceder después”, González Viaña ha cumplido la misión de dar testimonio de lo vivido y de lo soñado porque, como él nos asegura: “los sueños son, acaso, lo más real que existe”.

Esta ha sido, para mí, la experiencia de entregarme a la lectura de estas páginas, junto al placer de dejarme llevar por los milagros que su palabra provoca y la absoluta convicción de estar frente a un fabulador maravilloso e inagotable.


Escrito por

EDUARDO GONZALEZ- VIANA

Novelista, periodista y profesor universitario en Estados Unidos, Eduardo González Viaña publica cada semana la columna “Correo de Salem” que aparece en diarios de España y de las Américas. Inmigración, cultura y análisis político son sus tópicos más frecuente


Publicado en

El correo de Salem

Un blog de Eduardo González Viaña