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Los consejos de Diana

Publicado: 2019-06-11


Cuando los nazis invadieron Dinamarca, Hitler decretó que los judíos se pusieran en el pecho un trapo con una estrella amarilla como forma infamante de mostrar su identidad. La orden debía ser cumplida a partir del domingo.

Diana Ávila Paulette, solía contar esta historia cuando daba clases para educar voluntarios en derechos humanos.

El domingo en que debía cumplirse la orden, muy temprano el rey de Dinamarca salió a pasear por su jardín. Tras del enrejado, la gente podía ver que su monarca ostentaba sobre el pecho la denigrante estrella amarilla.

Por la tarde, todos los ciudadanos del país estaban usando la estrella en solidaridad con los perseguidos. ¿Y cómo se llamaba el rey?- preguntaba Diana a los voluntarios, y ella misma respondía:

-Se llamaba Christian, que significa cristiano y nada tenía que ver con el pueblo judío.

Por mi parte, no pertenezco a ninguno de los grupos que hoy padecen el estigma de la muerte civil en el Perú, pero condeno, con toda la fuerza de mi convicción, ese castigo bárbaro.

La guerra interna terminó en el siglo pasado. Los alzados en armas han pagado o están pagando una cárcel que alguna vez se pareció al castigo de ser enterrados vivos reservado por la “Santa” Inquisición a los herejes.

Por obra y gracia del fujimorismo, el Estado está aplicando la prohibición de trabajar a gente que ha pasado décadas en la cárcel. No han tenido ingreso económico alguno en ese tiempo y, sin embargo, deben pagar una cuantiosa reparación civil y ver cerrados la mayoría de los puestos de trabajo. El castigo se extiende de esa forma a sus descendientes. Ese acto de barbarie no tiene comparación con cualquier otro país civilizado a menos que queramos parangonar al Perú con la diabólica monarquía de Arabia Saudita.

Con la historia de Christian X, Diana Ávila Paulette me mostró el camino de su propia vida y me hizo ver que perseverar en el amor a los derechos humanos es la única forma decente de vivir en un país como el nuestro.

Si yo estuviera padeciendo ese estigma, iniciaría de inmediato una Acción de Amparo.

Invocaría, en primer término, el artículo tercero de la Constitución vigente, según el cual “la ley se aplica a las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes y no tiene fuerza ni efecto retroactivo…”

Aduciría el artículo 139 que establece que el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, la rehabilitación y la reincorporación del penado a la sociedad.

Me ampararía en el derecho a conocer la motivación de las decisiones del Estado y el principio de la interdicción de la arbitrariedad (Articulo 139).

Sustentaría mi alegato por el principio de no ser penado sin proceso judicial.

Resaltaría la garantía que establece que nadie puede ser sancionado dos veces,

Invocaría el derecho al trabajo establecido en el artículo 27.

Enarbolaría el principio de la dignidad humana contenido en el primer artículo de la Constitución Política.

Recordaría al juzgador que no se puede aplicar otra pena que la establecida en la ley penal, principio universal del derecho que recoge nuestro código correspondiente.

No me dejaría vencer por la arbitrariedad ni mucho menos por la depresión, y creo que eso es posible. Conocí a una mujer maravillosa llamada Diana Ávila Paulette cuando le faltaban dos años para morir víctima del cáncer, y tanto ella como yo lo sabíamos.

No se arredró ella, y esa es la razón por la cual hoy, que es el día de su cumpleaños, aparece por algún lado del cielo y me hace recordar lo que se tiene que hacer cuando quieres ser decente en elPerú. Algún día, arriba recordaremos esa historia.


Escrito por

EDUARDO GONZALEZ- VIANA

Novelista, periodista y profesor universitario en Estados Unidos, Eduardo González Viaña publica cada semana la columna “Correo de Salem” que aparece en diarios de España y de las Américas. Inmigración, cultura y análisis político son sus tópicos más frecuente


Publicado en

El correo de Salem

Un blog de Eduardo González Viaña