El periodismo, la censura y los calzones
Mucha gente piensa que tan sólo soy escritor. La verdad es que, a lo largo de mi vida, he ejercido muchas otras profesiones. He trabajado también como abogado, juez instructor, profesor secundario, catedrático universitario, publicista, burócrata y, por fin, periodista. Todos esos trabajos me han ayudado a subvencionar la económicamente desastrosa vocación de escritor.
Ejercí el periodismo desde que tenía 12 años y era corrector de pruebas en “La Unión” de Pacasmayo, mi pueblo. Una historia mía como reportero les hará entender por qué amo esta profesión y cuánto poder (aunque no dinero) me ha otorgado siempre.
Anita Fernandini de Naranjo fue, en 1963, la primera alcaldesa de Lima. La junta militar que asaltara el poder en 1962 la había ungido con ese cargo.
En esa época, algunos católicos "piadosos" culpaban de los males del mundo a las atrevidas ropas de baño, a los generosos escotes, al descocado Pérez Prado y al reciente apogeo de la minifalda.
Para salvar a la pecadora Lima, la señora primero condecoró a la VIrgen del Carmen y la ascendió a General de los ejércitos.
Después condenó el desnudo, prohibió que los cines y las boites ofrecieran espectáculos de striptease. Y decidió hacer algo más…
Sus enviados fueron a la Escuela Nacional de Bellas Artes para velar los cuadros en los que aparecían mujeres desnudas y obligar a las modelos a que usaran un recatado calzón.
¿Qué hacer? Era yo un jovenzuelo reportero, y hacía calle en el diario “Expreso”.
En complot con un excelente reportero gráfico a quien llamaban “Reflejos” , salimos hacia la municipalidad de Lima. Allí esperamos a que terminara la sesión y a que saliera la alcaldesa a quien yo debía entrevistar.
La primera dama de Lima aceptó conversar conmigo. No había advertido que detrás de ella había una bellísima muchacha cubierta con un lujoso abrigo de piel. Era una bailarina, y la había comprometido yo para cometer una maldad.
Mientras la señora hablaba y gesticulaba, la bonita Elsa Moreno se quitó el abrigo y posó desnuda tras de la primera autoridad para el travieso lente de mi fotógrafo.
Obviamente nos detuvieron. Obviamente le quitaron los rollos a “Reflejos” y se los velaron. Obviamente, él se quedó con el verdadero. Después de unas horas de detención, llegamos al periódico convertidos en héroes de la libertad de prensa. La primera página del día siguiente nos consagró. Y doña Anita no volvió a poner calzones a las estatuas ni a las modelos de Bellas Artes.