Butters, el racista patético
A pesar de embestir contra la población afrodescendiente, no es precisamente un blanco pecoso sino un zambito con anteojos.
El racismo de Philip Butters me recuerda al de Clemente Palma. Es un racismo patético.
Decía Palma hace poco más de un siglo que sólo los blancos merecen sobrevivir en el Perú porque son nerviosos, bellos e inteligentes. Por el contrario, “la indígena es una raza embrutecida por la decrepitud. Es por su innata condición, inferior, y por los vicios de embriaguez y lujuria, un factor inútil. Los elementos inútiles deben desaparecer y desaparecen”
“Hay un medio para ayudar a la acción evolutiva de las razas: el medio empleado en Estados Unidos. Ese medio es la exterminación a cañonazos de esa raza inútil, de ese desecho de raza”
Aunque escrita en 1897, esta tesis académica siempre ha tenido adeptos peruanos sobre todo entre individuos que no comparten los supuestamente excelsos rasgos blancos. El mismo Clemente Palma -descrito por su contemporáneo Alberto Hidalgo- era “ zambo, casi negro, paradas las orejas como las de un murciélago, los belfos gruesos, carnosos y volteados, la cara enjuta, los ojos, unos ojos de renacuajo y los bigotes crespos llevados a la Káiser…”
Lo mismo está ocurriendo con Philip Butters. A pesar de embestir contra la población afrodescendiente, no es precisamente un blanco pecoso sino un zambito con anteojos.
Como en el caso de Butters y de Clemente Palma, el racismo en el Perú es una pasión ilusoria. No es practicado por blancos puros, que aquí no existen, sino por quienes aspiran a serlo, cholos, zambos, blancoides e indioides, todos los cuales se blanquean choleando. Su “blanco” preferido es el indio, el provinciano, ahora el “antiminero” supuestamente “opuesto a la modernidad y el progreso.”
El perfil físico de un racista peruano no es precisamente el de un rubio miembro del Ku Klux Klan ni el de un germánico admirador de Hitler. No tiene esos caracteres. Si hay algo que lo identifica es su ignorancia. No han leído jamás un libro, y lo que saben sobre la actualidad lo han aprendido en las portadas que leen de relancina en los kioscos de periódicos. Los deportes, las fotos de traseros y las consignas bestiales contra la gente del campo les bastan para alimentar su espíritu.
Y eso es lo peligroso. Hemos vivido hace poco el espanto sin fin de una guerra étnica. A la violencia surgida en el campo se opuso una guerra de tierra arrasada, pueblos borrados del mapa, familias sospechosas por tan sólo el lugar de su nacimiento o sus centímetros de sangre indígena, cuarteles convertidos en cementerios y grupos impunes encargados de las muertes selectivas. Como el genocidio comenzó contra los indígenas de los Andes, los supuestos blancos de la capital no le dieron mucha importancia.
Decenas de miles de personas fueron empujadas a las prisiones luego de procesos que no duraban más de una hora y cuyos resultados no son demasiado creíbles
Embistiendo contra el Perú andino, la guerra étnica de Fujimori no sólo mató personas. Mató también el amor y el respeto por la vida. En las palabras de su capellán- el señor Cipriani- convirtió los derechos humanos en una “cojudez”. Exterminó del espíritu juvenil las ideas de sacrificio y de filantropía. Hizo que los dueños de los bancos y de la prensa salieran del closet para mendigar las dádivas de Montesinos. Al resto del Perú lo convirtió en testigo pasivo de una sangrienta infamia.
El Perú es una nación puesta de cabeza. El ejemplo más patético es este moreno de anteojos que predica racismo contra los afrodescendientes y es al mismo tiempo uno de los hombres de radio más populares del país. Por su parte, el terrorista Fujimori podría salir de la cárcel mañana o pasado si su gente del Congreso persiste en su afán de liquidar la democracia. El Perú de 2017 parece estar de vuelta a los días malditos.
Escrito por
Novelista, periodista y profesor universitario en Estados Unidos, Eduardo González Viaña publica cada semana la columna Correo de Salem que aparece en diarios de España y de las Américas. Inmigración, cultura y análisis político son sus tópicos más frecuente
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Un blog de Eduardo González Viaña