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Hace falta doña Manonga, la chiclayana

Inundaciones y catástrofe moral

El lodo, las piedras y el agua pasan cada mañana por encima de las supuestas “obras de prevención” y revelan que, durante estas últimas décadas, Fujimori, García, Toledo y Humala nos han construido un país de utilería.

Por Eduardo González Viaña

Publicado: 2017-04-09


Por Eduardo González Viaña

“Semos muy hombres” en Chiclayo

“Semos mujeres pero también semos muy hombres.”- le dijo al coronel José Balta, doña Manonga Nevao quien iba a la cabeza de otras tres damas de color.

Querían unirse a la insurrección de Chiclayo que se había levantado contra el gobierno central en 1867. La revolución estaba comandada por Balta quien recibió a doña Manonga en un ambiente de la antigua Iglesia matriz donde había establecido su cuartel general.

“Venimos donde su merced a presentarnos de soldaus. Semos mujeres pero semos muy hombres. No queremos cocinar, ni lavar, ni hacer nada de lo que hacen las flojas. Queremos echar bala y meter cuchillo. Su merced mándenos donde quiera pero a pelear”- fueron exactamente sus frases.

Balta, quien había llegado con sólo 156 soldados, aceptó encantado la oferta. Pocas horas más tarde tenía un contingente adicional de 600 hombres, 100 mujeres y 100 muchachos muy jóvenes. Todo Chiclayo se le había unido en su levantamiento contra el presidente Mariano Ignacio Prado.

Sabían que el ejército avanzaba contra ellos desde Lima, pero no temían. Eran chiclayanos, y por alguna buena razón a su urbe se la conocía desde antes como “la ciudad heroica”. En vez de cañones, tenían coraje y, según algunos, luchaban al ritmo de la conga.

Por fin, nada pudo contra ellos todo el ejército de la República. Los chiclayanos vencieron.

De esa historia, cuenta Ricardo Palma, por entonces secretario de Balta, que el caudillo observaba y dirigía los combates desde la torre de la iglesia. A sus pies y guarecido de los balazos, el escritor le preguntó cómo iban las acciones y quién iba ganando.

“Recuerde usted que son chiclayanos.-repuso el coronel. ¿Escucha usted la conga? ¡Mientras el pueblo cante, la victoria nos sonreirá siempre!”

Hace exactamente 150 años de aquello. Lo leí en las “Tradiciones” y en algún texto de Nicanor de la Fuente, Nixa, y hoy lo recuerdo de memoria porque tiene que ver con la actitud valiente de los chiclayanos frente a la catástrofe. En semanas anteriores, he escrito artículos similares acerca de lo porfiados trujillanos y de los exageradisísimos piuranos.

Insólito Norte. No ya sólido, sino insólito Norte que le dio la independencia al Perú en diciembre de 1820 y la defendió cuando los españoles reconquistaron Lima (por eso, el bicentenario debería celebrarse en 2020) . Aquí todo es posible.

Los ríos han salido de sus cauces. Las calles se han convertido en acequias. Los vecinos han salido nadando de sus casas. Las carreteras están cortadas y los pueblos, aislados. Y sin embargo, nadie va a rendirse aquí. Los norteños sabemos que quien no ha perdido todo, no ha perdido nada. Y ese es el ánimo que se advierte también en el resto del Perú.

Lamentablemente, los males que estamos sufriendo no corresponden solamente a la ira de la naturaleza.

El huracán Oderbrecht que sopla desde Brasil está despojando de sus máscaras a los desalmados que hicieron cutra en los millones de la inversión pública y al mismo tiempo permitieron que las empresas corruptoras construyeran puentes que, cada día, se desploman y obras que sirvieron tan sólo para ser inauguradas.

El lodo, las piedras y el agua pasan cada mañana por encima de las supuestas “obras de prevención” y revelan que, durante estas últimas décadas, Fujimori, García, Toledo y Humala nos han construido un país de utilería.

Hay un expresidente condenado a cadena perpetua por haberse sumado a los criminales de Argentina, Chile y Uruguay. Tenemos uno en la cárcel, el otro se esconde en Estados Unidos y los otros dos no saben qué responderán a los fiscales.

En Chiclayo hace 150 años, el pueblo siguió a Balta porque vio en él a un hombre y no a una pandilla de miserables. Y lo que ocurre hoy es demasiado. Se puede desafiar la calamidad. Lo que no se puede soportar es la vergüenza.

El insólito Norte y el Perú eterno le hacen frente al desastre con altivez, pero el cataclismo moral es más difícil de asumir. Hay que hacer algo y pronto. Aquí está faltando doña Manonga Nevao, la chiclayana.


Escrito por

EDUARDO GONZALEZ- VIANA

Novelista, periodista y profesor universitario en Estados Unidos, Eduardo González Viaña publica cada semana la columna “Correo de Salem” que aparece en diarios de España y de las Américas. Inmigración, cultura y análisis político son sus tópicos más frecuente


Publicado en

El correo de Salem

Un blog de Eduardo González Viaña